Sumito Estévez y los aromas de la vida

El cocinero, comunicador, escritor y emprendedor venezolano de amplia trayectoria, tiene una vida singular y desde Italia nos cuenta su recorrido, sus pasiones y sus deseos dentro y fuera de la cocina. Su amor por la montaña, sus migraciones y su particular olfato hiperdesarrollado, contado por su protagonista.

Hablar de Sumito Estévez es relatar un sinfín de historias de mil colores. Es describir aromas dulces y texturas imposibles, sentir sabores conocidos que nunca saturan la boca. Así de complejo y así de intenso. La vida de Sumito no necesita prácticamente presentaciones y quienes tuvieron la suerte de conocerlo, aunque sea esporádicamente, saben muy bien de lo que hablo.

Es domingo y Sumito limpia su casa en la Liguria italiana con obsesión, tanto empeño le pone al asunto que olvida nuestra entrevista. Espera a su compañera Silvia que regresa de viaje tras dos semanas fuera y sus ojos no pueden ocultar un brillo especial. Una casa limpia y un abrazo fuerte la esperan en su bello hogar, entre el amado mar de Silvia y el necesario bosque montañoso donde Sumito camina religiosamente, y aunque le encantaría disfrutar del recorrido con un puro entre sus labios, sabe bien que no es posible por el riesgo a los incendios.

Volver a migrar

Comenzar relatando el presente suele funcionar para comprender el pasado. En Italia está su cuerpo, su cabeza llena de ideas, sus proyectos. Allí aprende un nuevo idioma y descubre sabores locales mientras desarrolla actividades con la curiosidad y el ímpetu de un niño. Pero, como le sucede a la mayoría de los migrantes, su corazón nunca se fue de su país, su Venezuela querida, y cada vez que recuerda sus tiempos brillantes en Isla Margarita o su juventud entre Caracas y Mérida, no puede esconder una sonrisa y mirar hacia arriba, añorando con nostalgia sus días chéveres en la tierra del sol.

Margarita fue el lugar donde fui más feliz en toda mi vida”, dispara Sumito al hablar de su paso por ese paraíso del caribe venezolano. “En Italia soy muy feliz, porque nuevamente  retomo la sensación de sentirme en casa, pero no se compara en nada a la descomunal felicidad que yo sentí en la Isla de Margarita, y eso es muy raro, porque a mí no me gusta el calor, y es un lugar caluroso”, agrega.

Experiencia chilena

Tras un paso en Chile, donde remarca que tiene allí grandes amistades que perduran hasta el presente, arribó a Italia, tierra de su amada compañera Silvia. Tras una intensa y larga búsqueda de hogar, tuvieron la fortuna de conseguir una casa alejada en una zona de mucha demanda, donde hoy son felices y sienten la inigualable sensación al abrir la puerta de entrar en casa.

“Chile a mí me trató muy bien porque me dio muy buen trabajo como subdirector del Centro de Investigaciones Gastronómicas de una universidad grande, que es INACAP”, detalla. Tras seis años en el país trasandino y sobre su traslado a Italia, Sumito dice: “yo no me he dado cuenta hasta que llegué a Italia que yo no sentía todavía el sentirme en casa y Silvia añoraba el mar y no pudo conectar con el lugar”, reflexiona.

Entre la física y la cocina

Sumito estevez cocina venezolano

Con padre venezolano y madre india, los primeros años de la vida de Sumito se repartieron entre la India y Venezuela, país donde nació y al cual volvió para quedarse definitivamente a los tres años de edad. Los años posteriores, antes de la adolescencia, tuvo varios viajes al país asiático pero no podían considerarse turísticos ya que pasaba prácticamente todo el tiempo en casa de sus abuelos.

Sumito nació en Caracas, pero muy rápidamente se trasladó con su familia a Mérida, ciudad cordillerana con un ritmo de vida muy diferente a la de la gran capital. “La vida en montaña es muy linda, y yo soy muy montañero, yo necesito ver verde, ojalá que todo el mundo tuviera la posibilidad de criarse en un pueblo pequeño. Después si deciden ir a la ciudad, muy bien, es chévere, pero lo que te genera en términos de relaciones humanas y relaciones con la naturaleza, la vida en un pueblo pequeño es fabuloso”, cuenta.

Al llegar a la edad universitaria, Sumito no se planteó estudiar otra cosa que lo que había mamado de parte paterna: física. “En ese momento tenía que escoger las carreras que prefería, en un orden de prioridad, uno, dos, tres, de tal manera que si no conseguías el cupo en el número uno, te metían en el número dos. Yo elegí física, física, física”, cuenta.

Su formación en la Universidad de Los Andes finalizó en 1989, cuando se graduó de Licenciado en Física. De esta experiencia universitaria, Sumito rescata el invaluable aprendizaje de la investigación, de no dar nada por sentado, de saber por qué suceden las cosas. 

El Licenciado Estévez que se enamoró de la cocina

Quienes hayan leído el libro El perfume, la historia de un asesino, de Patrick Süskind recordarán que el protagonista era poseedor de un olfato sin igual, capaz de distinguir aromas incluso a varios kilómetros de distancia. Este sentido casi de sabueso le sirvió para desenvolverse con gran facilidad en la creación de perfumes. Sin ánimo de equiparar al protagonista con Sumito, el cocinero afirma que es poseedor de una nariz sin igual. 

Su padre estudió física en la Unión Soviética de Moscú en plena guerra fría y luego fue aceptado para realizar una maestría y un doctorado en la Universidad de Stanford, y al igual que su madre, ambos eran hábiles en la cocina, de tal manera que Sumito creció viéndolos preparar platos a diario y dedicar horas para agasajar invitados.

“Creo que son tres los factores por los que decidí ser cocinero. Primero que en casa siempre se cocinó, segundo porque tengo un olfato bestialmente desarrollado y entrenado, y tercero porque el amor por la cocina llegó para poner patas arriba mi vida en un momento en el que me encaminaba a una carrera en física”, detalla.

Sobre sus comienzos, Sumito cuenta con una sonrisa: “Tenía necesidad de dinero y conseguí trabajo en un restaurante y tuve la suerte que estaba dirigido por un chef absolutamente brillante, absolutamente culto como fue Franz Conde.

El flechazo fue tal que hizo que se replanteara toda su carrera y las ideas y la realidad comenzaron a darse vuelta en su cabeza. Ese amor, al final, llegó para quedarse.

Comienzo en el emprendimiento y la fama repentina

Sumito estevez cocina

Impulsado por su impresionante olfato y con la cabeza puesta en desarrollar su carrera culinaria, Sumito avanzó a paso veloz y comenzó a hacerse un nombre en el sector.

Fui chef muy rápido, que era muy raro en el año ‘93. Empecé en el ‘89 en cocina y cuatro años después me nombran chef de un restaurante. Pero le tenía mucho miedo a Caracas, a la capital. Y entonces vi un asalto en donde hubo disparos, y dije yo no quiero esto en mi vida. Entonces regresé a Mérida a montar mi propio restaurante.”, recuerda.

Sumito confiesa que era un joven culto, aunque un poco pedante y que comenzó a salir en la prensa, lo que le dio notoriedad y en 1995 el periódico de mayor influencia en el país, El Nacional puso sus ojos en él. Quien dirigía la Editorial del periódico en ese entonces era la argentina Blanca Strepponi que le propuso publicar una serie de libros en forma de suplementos llamado La cocina de Sumito. El resultado fue un éxito absoluto, y hoy en día tiene el importante récord de ser la colección gastronómica de mayor tiraje publicada en Venezuela.

Sus siguientes pasos no hicieron más que agrandar su nombre: chef de importantes establecimientos gastronómicos, conductor de televisión en canal Gourmet, dueño de restaurantes, asesor, escritor, escuelas de cocina, fundaciones y mucho más.

Sumito, el multifacético

Si hay algo en lo que Sumito Estévez destaca es en su capacidad de comunicar, de conectar con las personas y en su habilidad para desempeñarse en diferentes áreas. Tras pasar por la prensa gráfica, la televisión, las charlas, la dirección en diferentes cocinas, participó en publicidades y fue galardonado con premios por su dedicación y difusión de la cocina venezolana y latinoamericana.

Sumito se define como emprendedor y confiesa que a lo largo de su carrera tuvo grandes fracasos y grandes alegrías, pero que lo que más destaca es la experiencia que ha obtenido. Es por ello que comenzó a ofrecer talleres a emprendedores, para conocer de primera mano las principales problemáticas que deben tenerse en cuenta en el maravilloso mundo de la gastronomía, como costos, sociedades, predicciones, y más, con el objetivo de mejorar los procesos, algo que para alguien que está comenzando, es invaluable.

Su paso por Mérida en su primera experiencia al mando de un restaurante le dejó enseñanzas, y tras una estadía breve en la isla de Granada, donde nació su hija Jazmín y donde trabajó como chef para un restaurante francés, Sumito estuvo desde 1995 al 2000 en el restaurante Cathay, aunque afirma que su estadía en la Isla de Margarita, donde se mudó en 2008, significó un gran momento en su vida. Todos ellos movimientos internos que Sumito llama migraciones.

“Yo viví en Mérida, luego en Caracas, regresé a Mérida, de Mérida me fui a Granada, de Granada regresé a Caracas, de Caracas me fui a la isla de Margarita. ¿Por qué yo considero eso migraciones formales? Porque el concepto de migración es exactamente el mismo, salvo en lo legal”, sostiene.

“Cuando migras internamente en Venezuela no tienes que volver a sacar licencia de conducir, pero indudablemente tienes que volver a conocer nuevos vecinos, hacerte querer, generar nuevas amistades, entender el espacio en donde estás, ver si te gusta el espacio en donde te encuentras”.

El Sumito del mañana

Rodeado de un entorno natural digno de envidias, Sumito pasa sus días desarrollando y planificando proyectos, como así también cocinando como invitado de honor en eventos alrededor de Europa. Al mirarse al espejo por la mañana, vislumbra una persona absolutamente diferente a la que fue en su juventud: a nivel físico con algunos kilos de más y religioso, algo que llegó a su vida por casualidad para quedarse y enraizarse como una forma de actuar frente a la vida.

Tras varias migraciones y un sinfín de experiencias sobre su espalda, Sumito puede volver la vista atrás y sonreír con la certeza de haber dejado huella, pero también, mirar hacia adelante y seguir construyendo su camino.