Pablo Íñigo Argüelles y María Prieto son mexicanos y viven en New York, ciudad a la que llegaron con una beca para estudiar fotografía. La pasión por la imagen llegó a sus vidas por casualidad, como suceden las mejores cosas. En 2017 comenzaron a desarrollar Proyecto Análogo, espacio de creación donde la imagen tiene predominancia pero no lo es todo, sino que abarcan también literatura y diseño. Desde su casa en New York recuerdan sus inicios en la ciudad mexicana de Puebla -de donde son originarios- sus comienzos, desafíos y sueños en el mundo de la fotografía analógica.
Hablar de Proyecto Análogo es hablar de la historia de Pablo y María. Una historia de belleza visual y creativa, de procesos cuidados y elaborados con la paciencia de quien disfruta de la trama y también del desenlace. De paisajes cotidianos, de palabras profundas, pero sobre todo de una historia de amor por el arte. Desde que se conocieron en 2016 comenzaron a transitar un camino profesional marcado por la autenticidad, un sendero orgánico de belleza visual en 35 milímetros.
Puebla es una ciudad de la zona centro-este mexicana, al sudeste de Ciudad de México. Su cercanía con la capital hace que opere como una órbita de la misma, algo que los habitantes de allí sienten en su día a día. Pablo y María nacieron allí hace cerca de treinta años, cuando la fotografía digital no se había lanzado al mercado y la inteligencia artificial era una utopía (o distopía) propia de películas de ciencia ficción.
Inicios del proyecto. La caja azul, la máquina roja
La caja azul
En la cocina de la casa de María en Puebla, un domingo de enero de 2016 y con una caja azul con rollos de películas sin revelar, nació Proyecto Análogo. Pablo y María venían sintiendo que podrían hacer algo con aquella necesidad artística que estaba naciendo.
“Yo sabía que María estudiaba diseño y yo estudiaba comunicación”, dice Pablo al recordar sus inicios y épocas de estudiantes, y agrega: “como nos estábamos conociendo, lo típico es encontrar similitudes, y esa coincidencia fue que a ambos nos había interesado en algún momento en la fotografía”.
Las casualidades hicieron que a María le regalaran una cámara Polaroid y el mismo mes de 2016, la tía de Pablo le dijera que en la casa había una cámara antigua y resultó que era una cámara de 1970 que su abuelo nunca había usado. “Estaba limpia, estaba nueva y dije, ‘esto debe de funcionar’”, recuerda Pablo.
Ambos con la cámara en mano y sus carreras universitarias finalizadas, salieron a recorrer la ciudad de Puebla con la incertidumbre de no saber qué camino se presentaría en sus vidas. “Empezamos a tomar fotos, y era como un pretexto para salir, hasta que un día vimos que teníamos demasiados negativos”, recuerdan. Sin darse cuenta, comenzaron a fotografiar una cotidianidad que conocían: fotos de perros, fotos de las banquetas, fotos de puertas.
Singularidad
Sin dinero, la opción más simple para dar a conocer su mirada del mundo fue abrir una cuenta de Instagram, y sostienen que “mucha gente se sintió identificada con las fotos que tomábamos, como que siempre generó cierto tipo de nostalgia y empezó a crecer nuestra comunidad, la gente empezó a buscarnos, a seguirnos, en Puebla específicamente empezó a crecer bastante y de ahí nunca paramos de tomar fotos”.
Esa mirada tan cercana y personal hizo que se diferenciaran de las típicas fotografías turísticas del edificio colonial, del sol, de la plaza, y Pablo detalla que por ejemplo una de las fotos era de un perro callejero en una casa abandonada. “La gente veía eso en Instagram y pensaba que eso también era Puebla. Romantizar la decadencia les gustaba mucho”, concuerdan.
El nombre del proyecto surgió solo. Como si estuviera siendo reservado para que Pablo y María se lo apropiaran y lo comenzaran a desarrollar. “Había un proyecto que nos gustaba mucho, una iniciativa que se llamaba Impossible Project”, cuentan.
Dicho proyecto surgió luego de que Polaroid prácticamente desapareciera y un ex empleado rescatara las emulsiones y las rebrandeara. “Estábamos enamorados de ese proyecto y queríamos darle un toque parecido, era una cámara preciosa que emulaba el diseño de las primeras cámaras instantáneas Polaroid de los ‘70 y que tenía todo un concepto por detrás”, afirman.
La máquina roja
Proyecto análogo no se limita a la fotografía. La intención de sus creadores es nutrirlo de diferentes disciplinas como la literatura y el diseño. Aprovechando que les había surgido un proyecto grande para la edición de unos 15 libros para el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), crearon una editorial a la cual llamaron “La máquina Roja”.
El nombre de la Máquina Roja no surgió de la nada. A Pablo le gustaba la escritura, él va más allá y sostiene que siempre lo enamoraron “las teclas, el papel, la tinta y el olor”. Sobre este punto agrega: “Por esas cosas de la vida, me hago de una Olivetti Valentine, que es una máquina de escribir marca Olivetti diseñada por Ettore Sottsass, que era un italiano, que es la única máquina de escribir que está en la colección del MoMA, porque su diseño es muy, muy famoso. Era una máquina de escribir que cabía en un maletín instantáneo y era color rojo”.
Pablo comenzó un blog que se convirtió en un programa de radio, pero como muchos proyectos se fue diluyendo, para luego renacer renovado: “Cuando nos conocimos con María, creamos Proyecto Análogo y los dos somos apasionados de los libros, los dos coleccionamos libros. Entonces nos preguntamos, ‘¿por qué no hacemos una editorial?’. A esa editorial le pusimos La máquina roja, como la Olivetti”.
New York, New York
La suerte de que ambos fueran seleccionados para la beca en New York es algo que tanto Pablo como María agradecen, ya que de otra manera se les hubiera hecho difícil afrontar los gastos. “Venimos a estudiar fotografía en el International Center of Photography y por ahora nos quedamos acá. Tenemos nuestra visa de trabajo por un año y estamos aplicando para la visa de artista”, cuentan.
Pablo se autodefine como escritor y fotógrafo, en ese orden, quizás porque su pasión por la escritura nació antes que la fotografía llegara a su vida. Escribe para revistas, varios periódicos y suele hacer entrevistas a fotógrafos; a pesar de ello afirma con modestia que no se considera periodista, sobre todo por respeto a sus amigos que ejercen la profesión.
María, en cambio, lleva el diseño en la sangre. Se autodefine como una apasionada de la fotografía, los colores y los libros. “Me dedico un poco más al diseño editorial, pero el diseño gráfico siempre me ha llamado”, sostiene, a la vez que agrega que una de sus pasiones, además de la fotografía, es el collage.
Desde hace un tiempo, tanto Pablo como María forman parte de Small Table Collective, un proyecto de once fotógrafos alrededor del mundo. Con una exposición el 18 de junio en la comuna suiza de Unterägeri, tres de las fotos de un proyecto de María se expondrán en la galería Haus am See, junto con la obra de otros artistas.
“Hoy trabajamos en proyecto análogo, en la escuela de fotografía, en La Máquina Roja con nuestra propia agencia de márketing y como fotógrafos freelance, además de otras cosas”.
La revolución de la imagen y la universalidad del acceso
Que ha habido una verdadera revolución en la fotografía no es un secreto. El advenimiento de lo digital y el lanzamiento del Iphone en 2007, seguido por todo el resto del espectro tecnológico de telefonía móvil, no solo ha hecho que se saquen más fotografías, sino que cualquiera pueda sentirse fotógrafo, algo que ha cambiado el modo en que se percibe a la fotografía. Este cambio sustancial hizo ruido en muchas personas que sienten la fotografía de otra manera.
“Yo heredé mi primer iPhone en 2008”, comienza Pablo. Luego continúa: “Vine a Nueva York en 2008. Fui a España en 2009, hice otros viajes y tal. De esos viajes no hay fotos. No hay. ¿Por qué? Porque todos están en un iPhone que quedó obsoleto. Todo eso me fue desencantando a mí. Creo que eso fue alejando a todos del proceso de la fotografía. La fotografía es tan fácil ahora… entonces ya no le damos el valor que una fotografía merece”.
Rescatar el proceso
Para María la tecnología nos alcanzó de una forma incorrecta, y ejemplifica con su padre. “A mi papá le encantaba tomar fotos. Siempre se compraba la mejor cámara y editaba, y hoy tanto él como mi madre con sus Iphones no se lo toman en serio como se lo tomaban antes. Es verdad que antes era muy elitista, no todos podían comprarse una cámara, pero en definitiva se ha perdido el valor y con la fotografía digital y los teléfonos a la gente le da igual si sale mal la foto porque la pueden repetir”.
Ambos concuerdan en que es importante rescatar el proceso de la fotografía, el aprendizaje que se ha ido perdiendo y que ser fotógrafo va más allá de sacar fotos. Es un proceso mucho más largo de visión, de leer, de caminar, de probar, de pelearse con la cámara un mes y no usarla y luego retomarla y enamorarse.
La belleza de las limitaciones en la fotografía analógica
Decir Proyecto Análogo y decir Pablo y María es prácticamente hablar de sinónimos. Si bien cada uno de ellos desarrolla su vida paralelamente al proyecto, este lleva las marcas y las subjetividades de sus creadores, sus gustos, su capacidad artística, sus limitaciones. “Siento que la fotografía analógica, en términos de fotografía, nos limita mucho”, reflexiona Pablo sin darle connotación negativa a sus palabras.
María, por su parte agrega que “si tomas a blanco y negro, no puedes convertirlas a color, hay muchos límites, y creo que eso también nos ayuda a pensarlo de otra forma, pensar más seriamente qué es lo que quieres hacer con tu cámara y qué es lo que quieres hacer cuando sales a la calle”.
Muchos concuerdan en que en un futuro cada vez más mecanizado y accesible, donde no tenemos que pensar ni prácticamente aprender, tomará valor lo artesanal, lo imperfecto, la mirada única, la subjetividad humana.
Proyecto Análogo es consciente de los límites de la fotografía analógica, pero lo aprovecha, disfruta el proceso y nos brinda una visión diferente, nos invita a mirar a través de una lente diferente para observar su mundo, el de Pablo y el de María, y el de todo lo que los rodea.